FACHADA DE LA CATEDRAL DE VALLADOLID
En esta imagen la fachada de la catedral de Valladolid, uno de sus más conocidos y grandes monumentos, asoma entre otros edificios del centro histórico de la ciudad rebocados con el característico color bermellón que se ha convertido en un auténtico signo de identidad.
La historia de la construcción del templo arranca en 1527 cuando se ve la necesidad de que la ciudad contara con un templo a la altura de una ciudad que ya se había convertido, de hecho, en el lugar donde más tiempo pasaban los reyes. Comienza entonces un largo proceso constructivo en medio del cual, en 1595, Valladolid pasará a convertirse en sede episcopal. En ese largo proceso convivieron durante mucho tiempo la antigua colegiata que existía en ese lugar con la catedral que se estaba comenzando a levantar. Sin embargo, los problemas económicos que dejaron la catedral inconclusa provocaron que al final muchos elementos de la colegiata se reutilizaran en el nuevo proyecto. Esa es la razón principal de que ruinas y catedral formen en esta zona una extraña amalgama a veces difícil de interpretar.
Hacia 1580 Juan de Herrera, por encargo directo de Felipe II, remataba los planos de un templo catedralicio de una grandiosidad apabullante, como correspondía con una de las principales ciudades del reino. El proyecto contaba con tres grandes fachadas, cuatro torres y un amplio claustro. Pero las dificultades económicas que se vivieron en el siglo posterior dieron al traste con la idea inicial y lo que hoy puede verse es sólo una pequeña parte del templo imaginado por Herrera. De los dos cuerpos que hoy se aprecian en la fachada, el inferior corresponde al proyecto de Herrera mientras que el superior, con el gran hastial sobre la puerta, fue realizado por Albero Churriguera en 1729. A la izquierda del templo se ve el arranque de la torre que acabó por derribarse en 1841 debido a los desperfectos que sufrió con el terremoto de Lisboa de 1755.
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