Geometría, colores y luz en el Cerrato

Si hay una época del año en la que el Cerrato deslumbra es la primavera. El verde fresco de los sembrados, el amarillo vibrante de los campos de colza y el juego de sombras que proyecta el atardecer sobre las ondulaciones del terreno componen una sinfonía visual que invita a detenerse, observar… y a hacer fotos. No hablo de un sitio concreto al que acercarse, sino una actitud: la de dejarse guiar por los caminos de tierra, por los cursos de agua, las laderas desgastadas, los sotos, los molinos…

Las líneas de los cultivos, los caminos rectos que parten en dos las colinas, el trazado serpenteante de los arroyos con sus árboles guardianes velando las orillas… elementos formando una coreografía improvisada cuya belleza muchas veces solo se aprecia desde el aire.

Salir a fotografiar en días como estos no es sólo una manera de seguir trabajando. Es también un acto de reconciliación con lo esencial, con la belleza que permanece incluso cuando lo demás se tambalea. Mientras el país buscaba poco a poco recobrar la energía perdida -gigavatios esfumados a una dimensión desconocida- recuperarse del susto de vivir sin electrones, yo recuperé un poco de la mía respirando el olor de los campos de colza en flor. Sintiendo ese polvo de los caminos que tanto me alimenta.

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